Revista ἔλεγχος

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In memoriam Hilary Putnam (1926 – 2016):

problemáticas decisivas y autocrítica incansable

En la mañana del domingo 13 de marzo falleció en Boston el profesor Hilary Putnam. Tenía casi 90 años y se encontraba retirado de la enseñanza aunque no de la actividad intelectual. La noticia impactó fuertemente en el ambiente filosófico de su país y del mundo: no sólo por la amplitud, la profundidad y la creatividad de su obra sino también por su personalidad particularmente dialogante, cálida y alentadora.

Su nombre ha estado desde la década de 1960 en el centro de varias problemáticas cruciales  de la filosofía teórica contemporánea, fundamentalmente en las áreas de filosofía de la mente, filosofía del lenguaje y filosofía de la ciencia. De algún modo puede decirse que Putnam ha sido especialmente conocido por cinco problemas y argumentos filosóficos de gran relevancia y repercusión, así como por los desafiantes  experimentos mentales que acompañaron a varios de ellos. A saber: su intervención en un tramo importante de la polémica en torno a los enunciados analíticos y sintéticos (1975); su artículo “Meaning of meaning” (1975) con el cual consolidó su externalismo semántico y contribuyó a fundar, junto con Saúl  Kripke, la teoría causal de la referencia; el argumento contra la identidad de los estados mentales y físicos basado en su hipótesis de la realizabilidad múltiple de lo mental y la tesis del funcionalismo (1960, 1963); el célebre experimento mental sobre “cerebros en una cubeta” (1981) y su tesis sobre “el colapso de la dicotomía hechos – valor” (1981-2002). Todos ellos tocaron problemas decisivos de la filosofía teórica de la segunda mitad del siglo XX y por mucho tiempo serán una referencia ineludible en el tratamiento de esas temáticas. Incluso áreas tradicionales de la filosofía, como la teoría del conocimiento y la metafísica o la filosofía de la lógica y la matemática, recibieron sus agudos aportes.

Escribió casi 15 libros (varios de ellos compilaciones de series de conferencias) y cerca de 200 artículos, estando los principales recogidos en tres volúmenes de sus Philosophical Papers (1975, 1983), aunque muchos de sus trabajos quedan aún por fuera de esta enumeración. También se ha ocupado de temas de historia de la filosofía: especialmente sobre el pensamiento de Wittgenstein, sobre el pragmatismo y sobre algunos pensadores judíos. Además de la amplitud de sus intereses, Putnam se caracterizó por el rigor con que retornaba sobre sus propias concepciones lo que lo llevó a modificar más de una vez de posición en torno a algunas de sus tesis básicas. Se habla en su evolución de una etapa de realismo metafísico, una etapa de realismo interno y finalmente una etapa de realismo directo o natural. También su célebre funcionalismo en filosofía de la mente recibió luego críticas del propio Putnam.

Putnam se había formado estudiando matemáticas y filosofía en la Universidad de Pensilvania y luego filosofía en la Universidad de Harvard y en la Universidad de California donde recibió su Doctorado en 1951, con una tesis titulada “El sentido del concepto de probabilidad aplicado a las secuencias infinitas”, siendo su supervisor Hans Reichenbach y recibiendo decisiva influencia de Rudolf Carnap. Luego de su doctorado fue profesor en la Universidad de Northwestern, en la Universidad de Princeton y en el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), hasta que en 1965 se trasladó a la Universidad de Harvard donde permanecería hasta su retiro en el año 2000. En la década de 1960 y comienzos del 70 tuvo activa participación en el Movimiento por los Derechos Civiles y se movilizó contra la intervención militar de su país en Vietnam. En 1963 promovió en el MIT una asociación de docentes y estudiantes contra la guerra. Posteriormente moderó su participación pero nunca abandonó su creencia de que los universitarios deben asumir un fuerte compromiso ético ante los problemas sociales. Ese compromiso se manifiesta en muchos rasgos de su obra pero especialmente en sus artículos “How Not to Solve Ethical Problems¨” (1983) y “Education for Democracy” (1993).

Como es obvio dada la amplitud de su obra, resulta imposible dar aquí un panorama mínimamente representativo de la misma, sin embargo creemos que puede resultar ilustrativo revisar algunos de los problemas y argumentos fundamentales que trabaja en Razòn, verdad e historia (1981), obra que de alguna manera intentó ser una instancia de síntesis de varias de sus concepciones básicas.

Putnam aclara desde el comienzo que el propósito general del libro es terminar con la agobiante presión que ciertas dicotomías ejercen tanto sobre el pensamiento de los filósofos

como sobre el de los legos; la principal será la dicotomía entre las concepciones objetivistas y subjetivistas de la verdad y la razón. La tarea se desarrolla en tres etapas: en primer lugar, intenta exponer una concepción de la verdad que “unifique los componentes objetivos y subjetivos” (capítulos 1 a 4); luego aplica esa perspectiva para revisar y corregir las concepciones dominantes de la racionalidad (capítulos 5 y 6) y por último, aplica sus resultados a la distinción hechos-valores y a la fundamentación racional de las estimaciones éticas (capítulos 7 a 9).

En los dos capítulos iniciales la estrategia general de Putnam consiste en mostrar las dificultades del externalismo y de la llamada perspectiva del ojo de Dios a partir del análisis de las dificultades insalvables de la teoría clásica de la referencia (referencia-similitud) y de la verdad (verdad-copia). En el capítulo 3 el autor señala que esta temática ha dado origen a dos perspectivas filosóficas básicas. Una de ellas, la más antigua, es el realismo metafísico; a esta perspectiva la llama externalista, ya que de algún modo cree posible el punto de vista del ojo de Dios. A la otra, inaugurada por Kant, la denomina internalista, sobre la base de que su tesis central es que “solo tiene sentido preguntarse ¿de qué objetos consta el mundo? desde dentro de una teoría o descripción” (p. 59). Putnam admite que existe más de una descripción verdadera del mundo. Desde su punto de vista, la verdad es:

una especie de aceptabilidad racional (idealizada) —una especie

de coherencia ideal de nuestras creencias entre sí y con nuestras

experiencias, considerándolas como experiencias representadas en

nuestro sistema de creencias— y no una correspondencia con estados

de cosas independientes de la mente o del discurso […] (p. 59).

Según Putnam, el externalismo vive acosado por el problema de la referencia que no consigue resolver. En cambio, para el internalista el problema se resuelve dado que los objetos no existen independientemente de los esquemas conceptuales” (p. 61), sino sólo desde que cortamos el mundo en objetos al introducir determinadas categorías y esquemas descriptivos. Si, como sostiene el internalismo, “los propios objetos son tanto construidos como descubiertos […], entonces los objetos pertenecen intrínsecamente a ciertas etiquetas”.

Putnam se preocupa por aclarar que el hecho de que el internalismo niegue sentido a la pregunta por la relación entre nuestros conceptos y algo totalmente incontaminado por la conceptualización no debe conducir a pensar que el internalismo es un fácil relativismo que sostenga que todo vale, es decir que cualquier esquema conceptual es tan correcto como cualquier otro. Las no deseadas consecuencias prácticas de actos basados en esquemas conceptuales defectuosos resultan elocuentes.

Es a partir de lo anterior que define los conceptos de racionalidad y de objetividad: “Lo que hace que un enunciado […] —una teoría o un esquema conceptual— sea racionalmente aceptable es, en buena parte, […] la coherencia de las creencias teóricas […] entre sí y con las creencias más experienciales” (p. 64). A su vez, nuestras concepciones de coherencia y aceptabilidad dependen de nuestras características psicobiológicas y de nuestra cultura, y no están exentas de valores. “Definen un tipo de objetividad, objetividad para nosotros” (p. 64). No una objetividad ni racionalidad absolutas que solo podrían emanar del rechazado ojo de Dios.

El capítulo 5 está destinado a analizar las concepciones dominantes de la racionalidad en la filosofía analítica: por un lado, la concepción positivista y criterial en general, y, por otro, la concepción del relativismo y de la inconmensurabilidad. A ambas las va a encontrar contradictorias. Para empezar, como ha sido señalado, el criterio de verificabilidad del positivismo lógico se autorrefuta, pues no es ni analítico ni empíricamente contrastable. Putnam lo recuerda, pero agrega que no sólo el positivismo lógico cae en autorrefutación, sino toda concepción criterial de la racionalidad. Según él, compartieron esta concepción, además del positivismo lógico, Wittgenstein y algunos de los filósofos del lenguaje ordinario. Sostiene que este tipo de concepciones cae en esos desatendidos traspiés lógicos porque en última instancia desconoce un argumento trascendental, el de que “argumentar con respecto a la naturaleza de la racionalidad […] es una actividad que presupone una noción de justificación” no solo más amplia que la noción positivista sino necesariamente “más amplia que la noción de racionalidad criterial institucionalizada” (p. 118).

Por su parte, la concepción relativista según él fue introducida en su versión contemporánea por Thomas Khun en su Estructura de las revoluciones científicas, y retomada por Paul Feyerabend. Luego de una extensa crítica a la teoría de la inconmensurabilidad, Putnam señala la inconsistencia del relativismo total: si ningún punto de vista es más justificado que ningún otro, relativismo y antirrelativismo son igualmente correctos.  Según Putnam, es Wittgenstein el que completa esta estrategia contra el relativismo. El argumento de Wittgenstein contra el lenguaje privado muestra que en definitiva el relativismo no puede dar ningún criterio para distinguir entre estar en lo cierto y creer que se está en lo cierto. Aun así, el relativismo podría intentar la distinción adoptando el concepto de verdad como idealización de la aceptabilidad racional. Pero esto implica condicionales subjuntivos que interpretados por el relativismo de modo realista lo llevarían a reconocer cierto tipo de verdades absolutas, e interpretados de modo internalista supondrían, pese a todo, asumir ciertas condiciones de justificación objetivas, cosa que al relativismo le está vedado por definición. En síntesis, en el origen de todas estas dificultades del relativismo está el hecho de que éste “no se da cuenta de que la existencia de algún tipo de corrección objetiva es una presuposición del propio pensamiento” (p. 128). Para Putnam estas incoherencias en que se emparejan las dos epistemologías reseñadas se originan en que ambas son el resultado —una del auge, otra del fracaso— del ideal cientificista (y logicista) del siglo XIX. Ninguna de las dos atinó a buscar una concepción de la racionalidad sin atarse, de diversos modos, a ese modelo.

Llegado al decisivo capítulo 6, Putnam intentará aplicar su concepción del conocimiento y de la racionalidad al problema de la distinción hechos-valores, proponiendo luego un esbozo de justificación racional de las estimaciones. Para empezar ensaya, contra la opinión mayoritaria, la defensa de la tesis de que la distinción institucional y absoluta entre juicios fácticos y juicios de valor (Hume-Moore-Weber) es, por lo menos, muy difusa. La idea de verdad solo se especifica a partir de ciertos criterios de aceptabilidad racional y si examinamos la idea de aceptabilidad racional manejada en la actividad científica veremos los valores que la guían: son valores que van algo más allá de lo meramente cognitivo. Preferimos este tipo de representación porque “forma parte de nuestra idea de florecimiento cognitivo humano y, por lo tanto, parte de nuestra idea del florecimiento humano total o eudaimonía” (p. 138).

Se ha dicho – argumenta Putnam – que debemos descartar todo discurso sobre la justicia o sobre la idea del bien por ser un discurso anticientífico, pero ¿qué quiere decir esto en tanto la ética no entre en contradicción con la ciencia? Seguramente se quiere significar que hay términos que no son reductibles a términos físicos. Sin embargo,  demuestra que no todas las nociones que usamos en la descripción del mundo son reductibles a términos físicos, y no por ello es anticientífico; por lo tanto, si la irreductibilidad de los términos éticos a los físicos muestra que los valores son proyecciones, entonces también lo serían los colores, los entes matemáticos y el propio mundo físico. “Pero —distingue el autor— ser una proyección en este sentido no es lo mismo que ser subjetivo” (p. 149) o arbitrario. Por el contrario, tales enunciados encuentran sus condiciones de justificación objetiva cuando nos permiten describir los hechos tal y como son para nosotros, esto es, como son en un mundo humano construido por y para la práctica humana. Otra cosa no nos es dada. Hay entonces aquí una redefinición del concepto de objetividad que aparece constituido por estándares admitidamente antropocéntricos.

A Putnam le inquietaba especialmente que ciertas afirmaciones éticas mínimas no pudieran ser consideradas como objetivamente válidas. Se refería a cosas como “que una persona que tiene un sentido de hermandad humana es mejor que otra que carezca de él; que una persona capaz de pensar por sí misma acerca de cómo vivir es mejor que alguien que ha perdido o nunca ha adquirido tal capacidad” (en L. Olivé, p.56) La estrategia general para mostrar su validez consistirá en mostrar que los valores éticos no están separados de los valores cognitivos y a través de ellos están vinculados a  nuestra idea de racionalidad y de objetividad. Como ya lo mencionamos, para Putnam la verdad y la objetividad dependen de los criterios de aceptabilidad racional idealizada. A su vez, nuestras concepciones de coherencia y de aceptabilidad racional dependen de nuestras características psicobiológicas y de nuestros patrones culturales y no están exentas de valores. Como consecuencia, lo que aceptamos como hechos, como objetividad y como racionalidad, está en buena medida condicionado por nuestros valores, los que a su vez, dependen en última instancia de nuestra idea de lo bueno. Se diluye así la distinción entre la esfera de los hechos y la de los valores, que pasan a ser interdependientes. Esto no implica para Putnam recaer en un relativismo porque a pesar de que todo conocimiento y toda valoración está culturalmente condicionada, él va a señalar que es más correcto el conocimiento que permite una mejor descripción del mundo, ajustada a nuestros valores cognitivos como una parte de nuestra idea del florecimiento humano, Y es mejor la valoración que permite una mejor descripción del mundo social ajustada a nuestras valoraciones morales básicas, como la otra parte de nuestra idea del ideal humano.  Tampoco cae en absolutismo antihistórico porque considera que no existen ni cánones de racionalidad invariables ni principios morales suprahistóricos, pero sí una idea en evolución de las virtudes cognitivas y morales que nos sirve de guía. De este modo, Putnam establece una fuerte relación entre racionalidad y moralidad. La racionalidad aparece condicionada por valores, dado que los esquemas cognitivos reflejan propósitos e intereses y, a su vez, la moralidad está vinculada a una determinada forma de entender el mundo y de manejarse con él.

Cualquier elección de esquema conceptual presupone valores, y la

elección de un esquema conceptual para describir las relaciones

interpersonales y los hechos sociales . . . implica entre otras cosas,

los valores morales que uno mantiene (R, V e H., p. 212)

Muestra que el escepticismo moral contemporáneo se deriva de la moderna noción instrumental de la racionalidad cuyo núcleo básico consiste en la idea de que la elección de fines no es ni racional ni irracional y que sólo la elección de medios puede ser calificada en tales términos según resulte o no adecuada para los fines propuestos. Sin embargo, para empezar, esta dicotomía pierde su aparente solidez cuando advertimos que se apoya en una teoría psicológica (la de Bentham) hoy excesivamente simplista y estática, que concibe a los fines como dado de una vez y para siempre y sin posibilidad de evolución, rasgo típico de una antropología esencialista y conservadora. Si, en cambio, abrimos la alternativa de concebir la creación de nuevos fines, comenzará a haber un lugar para la crítica racional de éstos. Putnam toma los parámetros en que Bernard Williams ha propuesto basar tal crítica, a saber: la posibilidad de reevaluar el atractivo existencial de ciertas metas; la posibilidad de tener en cuenta metas alternativas no percibidas; la posibilidad de concebir en qué consistiría realmente la obtención de esas metas y la posibilidad de concebir especificaciones nuevas de las mismas.

¿Podemos entonces demostrar la irracionalidad del nazi instrumentalmente racional? Efectivamente podemos demostrar la irracionalidad de sus metas: la irracionalidad de una meta queda evidenciada cuando su aceptación conduce o bien a respaldarla en argumentos o datos falsos o bien a aceptar un esquema alternativo para representar hechos descriptivo-morales que resulte irracional.

Una cultura que repudiase todas las nociones morales

ordinarias, . . . perdería la capacidad de describir adecuada

y perspicazmente las relaciones interpersonales cotidianas,

los hechos sociales y políticos según el estado actual de

nuestros conocimientos (R, V e H., p. 209)

Esto es, el trasfondo descriptivo asociado a un sistema moral no permite elegir cualquier valor (por ej. sostener la necesidad de eliminar a una cierta etnia) porque entraría en contradicción con logros cognitivos y, a su vez, el trasfondo valorativo de los hechos descriptivos no permite explicar los hechos de cualquier modo (por ejemplo falsear pruebas o alterar ciertos principios inferenciales). A partir de esta revisada concepción de la justificación Putnam concluye que estamos habilitados a considerar que algunas inclinaciones evaluativas extremas son efectivamente enfermizas (y de hecho todos los hacemos) tanto como lo hacemos con algunos esquemas cognoscitivos.

Sin embargo, para Putnam esto no implica rechazar el pluralismo ni adherir a ningún tipo de dogmatismo o autoritarismo, pues son posibles diferentes concepciones del florecimiento humano. Pero creer en la multiplicidad de ideales no implica sostener que cualquier idea de eudaimonía vale igual que otra. Resulta interesante que la conclusión es que la oposición a toda forma de autoritarismo político o moral no debería comprometernos con el escepticismo ético,  así como el rechazo a toda forma de imperialismo cultural no debería conducirnos a un “fácil relativismo”.

Ricardo Navia

Facultad de Humanidades y ciencias de la educación/UDELAR

Referencias

  1. Putnam: Razón, verdad e historia, Madrid: Tecnos, 1988; 220 pp. (Original inglés: Reason, Truth and History, Cambridge University Press, 1981).

Putnam, H. “Racionalidad en la teoría de la decisión y en la ética”, conferencia recogida en Olivé, L. (Comp.) Racionalidad, Siglo XXI Editores, México, 1988, pp. 46-57.

Una bibliografía completa con sus trabajos originales en inglés ha sido publicada en 2015 y puede encontrarse en  http://pragmatism.org/putnam/putnam_bibliography.pdf

Ediciones en español:

Putnam, Hilary . Ética sin ontología. Editorial Alpha Decay, 2013. 

Putnam, Hilary . Mente, lenguaje y realidad. Universidad Nacional Autónoma de México, 2012. 

Putnam, Hilary . El desplome de la dicotomía hecho-valor y otros ensayos. Ediciones Paidós Ibérica, 2004.

Putnam, Hilary . La trenza de tres cabos: la mente, el cuerpo y el mundo. Siglo XXI de España Editores, 2001. 

Putnam, Hilary. Cincuenta años de filosofía vistos desde dentro. Ediciones Paidós Ibérica, 2001. 

Putnam, Hilary. Sentido, sinsentido y los sentidos. Ediciones Paidós Ibérica, 2000. 

Putnam, Hilary . El pragmatismo: una cuestión abierta. Editorial  Gedisa, 1999. 

Putnam, Hilary . Cómo renovar la filosofía. Ediciones Cátedra, 1994. 

Putnam, Hilary . Las mil caras del realismo. Ediciones Paidós Ibérica, 1994. 

Putnam, Hilary . El significado y las ciencias morales. Universidad Nacional Autónoma de México, 1991. 

Putnam, Hilary . Representación y realidad: Un balance crítico de funcionalismo. Editorial Gedisa, 1990. 

Putnam, Hilary. Razón, verdad e historia. Editorial Tecnos, 1988. 

Habermas,J. ; Putnam, H.  Normas y valores. Trotta, Madrid, 2008.

Rorty, Richard; Apel, Karl-Otto; Putnam, Hilary. Cultura y modernidad: perspectivas filosóficas de Oriente y Occidente. Editorial Kairós, 2001.